Ha sido dicho con razón que hay tres clases de personas en el mundo
hoy día: los que temen, los que son demasiado ignorantes para temer y los que
confían en el Dios de la Biblia. Sodoma, que no tenía Biblia, ni tratados, ni
reuniones de oración, ni iglesias, y apenas un solo predicador, fue hallada
responsable delante de Dios y fue destruida. ¿Cómo pensáis que escaparán de la
ira del Todopoderoso?
El hecho es que la gente hoy día edifica iglesias, pero no las llena;
se imprimen millones de Biblias, y muy pocos las leen; hablan de Dios, y no creen
en El; hablan de Cristo, y no confían en su salvación; cantan himnos, sólo se
recrean en la música, no fijándose ni un ápice en las palabras. ¿Cómo tiene que
terminar todo esto? Casi cada una de las mayores conferencias y congresos religiosos
de nuestros días son la exacta reproducción de la iglesia de Éfeso. Sin
embargo, se dice que la iglesia está sentada con Cristo. ¡Qué mentira! Somos
efesios, sí, pero, como la iglesia de Éfeso en el Apocalipsis, hemos perdido
nuestro primer amor.
Consentimos con el pecado y estamos faltos del primer amor.
Consentimos con el pecado y no lo combatimos. Ante tal iglesia, fría, carnal,
indiferente, este mundo licencioso, amante de placeres, no se rendirá. Dejemos
de buscar excusas. La causa del descenso de la moral no es la radio ni la
televisión. La culpa de la presente degeneración y corrupción internacional
radica en la Iglesia.
Ya no es la Iglesia una espina para el mundo. Recordemos que no ha
sido en tiempos de popularidad, sino en los de persecución, cuando la Iglesia
ha triunfado.
Es extraño que seamos tan simples hasta el punto de creer que la
Iglesia está presentando a los hombres los ideales del Nuevo Testamento.
¿Por qué tarda el despertamiento? La respuesta es muy sencilla: Porque el Evangelio está altamente
comercializado. Los diezmos de las viudas y de los pobres son empleados en una vida de lujo por muchos evangelistas, las grandes multitudes de oyentes y
de convertidos, los saludos de las
autoridades, etc., son proclamados a los cuatro vientos.
¡Todo se hace objeto de grande publicidad, excepto la ofrenda de amor!
Gentes engañadas dan pensando que los receptores de las ofrendas hacen la obra
de Dios, mientras que lo que están haciendo es mantener una alta reputación
para predicadores de pequeño corazón que viven al estilo Hollywood.
Hay predicadores que poseen fincas de recreo y botes para pasear en el
lago, y que teniendo una buena cuenta en el banco, piden mayores salarios. ¿A
tales asalariados avarientos puede confiar Dios un despertamiento del Espíritu
Santo? Estos predicadores maniquíes, que cambian de traje dos o tres veces al
día, predican al Jesús del establo, pero ellos residen en hoteles de cinco
estrellas. Extorsionan a sus oyentes haciéndoles soltar hasta el, último
centavo, que gastan en sus hijos, en nombre de Aquel que tuvo que pedir un
denario prestado para ilustrar su sermón. Llevan vestidos de última moda en
honor de Aquel que vestía una túnica de sencillo obrero. Comen buenos asados en
recuerdo de Aquel que ayunó en el desierto. Tales obreros cristianos se creen
dignos, no solamente de sus salarios, sino de los intereses compuestos de sus
cuentas bancarias. ¡Qué terrible será todo esto en el día del juicio!
El despertamiento tarda porque se ha
puesto el Evangelio demasiado barato. Ya no somos ni
protestantes. ¿De qué protestamos?