¿Y A TI QUE? ¡TU SIGUEME!

Después de resucitar de entre los muertos Jesús le preguntó tres veces a Pedro si él lo amaba. En las tres ocasiones Pedro le contestó que sí. Jesús entonces le dijo a Pedro cómo sería su muerte, aparentemente crucificado. Pedro tuvo curiosidad de cómo le iría a Juan. Así que le preguntó a Jesús, ¿Y qué con éste hombre? Jesús no le hizo caso a la pregunta y dijo: ¿A ti qué? ¡Tú sígueme! Aquí está el intercambio en su totalidad:

En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá, y te llevará adonde no quieras. Esto dijo, dando a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Y habiendo dicho esto, le dijo: Sígueme. Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el que en la cena se había recostado sobre el pecho de Jesús y había dicho: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Entonces Pedro, al verlo, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Jesús le dijo: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme! (Juan 21:18-22)

En otras palabras le dijo Jesús. No es asunto tuyo, tu,sígueme. Esto me libera del lazo deprimente de la comparación, diciéndome cómo tener éxito en el ministerio.

Y todos dándome sutilmente el mensaje de que no lo estoy haciendo bien. La adoración podría ser mejor. La predicación podría ser mejor. La evangelización podría ser mejor.
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Así que me sentí alentado por las palabras de Jesús hacia mí. ¿Y a ti qué? ¡Tú sígueme! Pedro acababa de escuchar una palabra muy fuerte: Tú morirás, con mucho dolor.
Y su primer pensamiento fue la comparación. ¿Y qué con Juan? Si yo tengo que sufrir, ¿sufrirá él también? Si mi ministerio va a terminar de esa forma, ¿cómo terminará el suyo? Si no llego a vivir una larga vida de ministerio fructífero, ¿llegará a hacerlo él?

De esa forma pensamos como pecadores. Comparar. Comparar. Hay algo de orgullo si podemos encontrar a alguien que sea menos efectivo que nosotros.

Amar es dejar de comparar.

Jesús no me juzga por mi superioridad o inferioridad respecto a otras personas. Ningún predicador. Ninguna iglesia. Ningún ministerio. Esos no son los estándares.

Jesús tiene un trabajo para que yo haga y uno diferente para ti. No es lo que le ha dado a otros a hacer. Hay gracia en hacerlo.
¿Confiaré en El por esa gracia y haré lo que me ha sido dado a hacer? Esa es la pregunta.

Espero que encuentres el ánimo y la libertad hoy, cuando escuches a Jesús decir a todas tus comparaciones: ¿A ti qué? ¡Tú sígueme!