FÍJATE SI TE QUEDA EL SACO


Una mirada a la Iglesia hoy día nos hace pensar cuánto tardará un Dios Santo en cumplir su amenaza de vomitar esta Laodicea de su boca, pues si en algo están de acuerdo los comentadores del Apocalipsis es que nos hallamos en la edad de Laodicea en cuanto a la Iglesia.

Aun cuando nuestro misericordioso Dios perdonará nuestros pecados, limpiará nuestra iniquidad y se apiadará de nuestra ignorancia, nuestros corazones tibios son una abominación a su vista. Debemos ser fríos o calientes, ardientes o helados. Dios aborrece la falta de calor y de amor. Cristo es ahora herido en la casa de sus amigos. El santo Libro del Dios viviente sufre más ahora de sus expositores que de sus opositores.

El señor predicador derramará elocuencia y fervor hablando de las excelencias de la Biblia y de su valor como Palabra de Dios; sin embargo, pocos momentos después empezará con calma mortal a racionalizar la misma Palabra inspirada, negando autenticidad a sus milagros y declarando con tono infalible: Este texto no es para nosotros hoy día. Así la fe ardiente del nuevo creyente es apagada con el agua fría de la incredulidad del predicador.

Sólo la Iglesia puede poner límites al santo de Israel y hoy día lo hace con extraordinaria habilidad. Si hay grados en la muerte, entonces la peor muerte que conozco es predicar acerca del Espíritu Santo sin la unción del Espíritu Santo.

Dios mío, si nuestra culta incredulidad, nuestra oscuridad teológica y nuestra espiritual pobreza te han agraviado y continúan agraviando tu Santo Espíritu, entonces, con misericordia, Señor, escúpenos de tu boca! ¡Si no puedes hacer nada de nosotros ni por nosotros, por favor, Dios Todopoderoso, haz algo sin nosotros!

Tengamos esto en cuenta. Dios ya no tiene nada más que dar a este mundo. Dio a su unigénito Hijo por los pecadores; dio la Biblia para todos los hombres, dio el Espíritu Santo para convencer al mundo de pecado y capacitar a la Iglesia; pero ¿de qué sirve un libro de cheques si están sin firmar? ¿Que vale una buena reunión, aun cuando sea fundamentalista, si el Señor viviente esta ausente de ella?

Debemos, exponer bien la Palabra de Verdad. El texto: He aquí yo estoy a la puerta y llamo (Apocalipsis 3:20) no tiene nada que ver con los pecadores. Aquí encontramos el trágico retrato de nuestro Señor a la puerta de su iglesia laodicense tratando de entrar. Imagínatelo. En la mayoría de reuniones de oración el texto que más se emplea es: «Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos»; pero con demasiada frecuencia El no está en medio, sino a la puerta. Cantamos sus alabanzas, pero rehusamos su persona.

Dios y el fuego son inseparables. Todos tenemos que ver con el fuego: los pecadores, con el fuego del infierno; los creyentes, con el fuego del juicio. Porque la Iglesia ha perdido el fuego del Espíritu Santo, millones tendrán que ir al fuego del infierno. Moisés fue llamado por fuego; Elías hizo bajar fuego del cielo; Elíseo hizo un fuego; Miqueas profetizó fuego; Juan el Bautista clamó: Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Hasta que no fueron purificados con el fuego de Pentecostés, los discípulos que vieron su gloriosa resurrección fueron mantenidos fuera del ministerio de la cruz.

No habría sido mejor vivir seis meses con un corazón hecho un volcán, denunciando el pecado en lugares altos y bajos y volviendo la nación del poder de Satanás a Dios (como dice Juan el Bautista), que morir cargados de honores eclesiásticos y de títulos teológicos, habiendo sido el hazmerreír del infierno por nuestra nulidad espiritual. El adular a millonarios borrachos y maldecir a jefes de estado de naciones lejanas, no traerá el fuego del Cielo sobre nuestras cabezas.

Nadie puede monopolizar al Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo puede monopolizar a algunos hombres. Tales son los profetas. Nunca éstos fueron esperados, nunca fueron anunciados e introducidos, simplemente llegaron. Fueron enviados y sellados para tal objeto. Juan el Bautista no hizo milagros. Las multitudes no acudieron a él para obtener su toque de sanidad; sin embargo, hizo el milagro de levantar a una nación espiritualmente muerta.