¿Cuántas veces hemos escuchado, “Dios está haciendo una cosa nueva en su iglesia?” La “cosa nueva” a que ellos se refieren puede ser llamada avivamiento, un derramamiento del Espíritu Santo, una visitación, o un movimiento de Dios.
Hay un principio bíblico que gobierna cualquier verdadero mover de Dios. Encontramos este principio operando una y otra vez en ambos Testamentos. Ha sido probado cierto a través de siglos de historia de la iglesia. El principio es este: Dios no traerá ningún nuevo acontecimiento en su iglesia, hasta que él se deshace de lo viejo. Tal como Jesús lo dijo: el no pondrá vino nuevo en odres viejos.
¿Por qué es esto así? Se debe a que Dios tiene una argumentación con la antigua obra en su iglesia. Ves, con cada nueva obra que él levanta, pasan solamente unas pocas generaciones antes que empiece a deslizarse la apatía y la hipocresía. Pronto el pueblo de Dios se vuelve idolatra, con corazones inclinados a la apostasía. Y eventualmente, Dios escoge pasar por encima de la antigua obra en su iglesia. Él la abandona completamente antes de iniciar lo nuevo.
Este principio fue introducido por primera vez en Silo. Durante el tiempo de los Jueces, Dios estableció una obra santa en aquella ciudad. Silo era donde el santuario de Dios yacía, el centro de toda la actividad religiosa en Israel. El nombre Silo en sí mismo significa “aquello que pertenece al Señor.” Esto habla de cosas que representan a Dios y revelan su naturaleza y carácter. Silo fue el lugar donde Dios habló a su pueblo. Fue también donde Samuel escuchó la voz de Dios y donde el Señor le reveló su voluntad.
No obstante, Elí fue el sumo sacerdote en Silo y sus dos hijos ministros en el santuario. Elí y sus hijos fueron perezosos y sensuales, totalmente consumidos por intereses personales. Durante su ministerio permitieron que el pecado craso entrara a la casa de Dios. Al pasar el tiempo, Silo llegó a ser corrupto. Pronto el pueblo de Dios se llenó de codicia, adulterio e hipocresía.
Finalmente, el Señor dejó de hablar en Silo. En esencia, le dijo a Samuel: “Silo se ha corrompido tanto que ya no representa más quien yo soy. Esta casa dejó de ser mía. No la toleraré más. He terminado con esto.” Entonces, el Señor levantó su presencia del santuario y escribió sobre la puerta “Icabod,” que significa: “La gloria del Señor ha partido.”
En esta circunstancia, Silo murió, sin posibilidad de redimirse. No hubo esperanza de revivir la gloria pasada, ninguna esperanza de reformación. Dios estaba diciendo: “He entregado a Silo a la carne y yo me mudo. Estoy a punto de levantar una casa totalmente nueva.”
¿Cuál es la condición a que llega un pueblo, para que el Señor retire su presencia de ellos? Considera la escena en Silo: por años nadie en esa sociedad se puso en la brecha. Nadie se humilló a sí mismo, clamando en arrepentimiento: “Señor, no te apartes de nosotros.”
En cambio, Dios solo vio un pueblo que estaba endurecido a la verdad. Estos israelitas observaban todos los rituales religiosos y dijeron todo lo que era correcto, pero sus corazones no estaban en ninguna de estas cosas. Todas sus obras fueron en la carne. El sacerdocio estaba más allá de la redención. Elí, el sumo sacerdote, se había vuelto totalmente ciego a su propia apostasía. Él y sus perversos hijos tenían que irse.
Así el Señor se deshizo completamente de lo viejo. Y, una vez más, él levantó una nueva obra. Después de esto, el templo en Jerusalén empezó a ser conocido como “La casa del Señor.” Por un tiempo, Dios habló allí a su pueblo. La casa se llenó con oración, la Palabra de Dios fue predicada y el pueblo de Dios presentó sacrificios de acuerdo a sus mandamientos. El templo en Jerusalén representaba quien era Dios, y él manifestó su presencia allí. De hecho, en una ocasión, su gloria lleno el templo tan poderosamente que los sacerdotes fueron incapaces de ministrar.
Sin embargo, ese ministerio también cayó en decadencia. La corrupción se adueñó de la gente una vez más. Y el templo en Jerusalén ya no representaba más a Dios.
Este ciclo ha marcado la historia del pueblo de Dios.
Solo toma unas cuantas generaciones para que la nueva obra de Dios se degenere en apatía e hipocresía. ¿Por qué es esto así? Casi siempre, esto ocurre porque aquellos en el ministerio son conducidos por la carne. La pasión roja y ardiente que hizo nacer la obra se desvanece. Y través del tiempo, el ministerio se vuelve una institución humana. Una rutina sin vida se establece. Los líderes que una vez fueron de oración ahora confían en la organización y habilidad carnal para mantener la obra en marcha.
El Señor respondió a esta clase de compromiso en el tiempo de Jeremías. Él envió al profeta a la puerta del templo para proclamar una palabra devastadora: “Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré habitar en este lugar” (Jeremías 7:3). Él estaba diciendo en otras palabras: “Esta obra se ha vuelto corrupta, y ahora la muerte está a la puerta. Pero aún hay tiempo para salvarla. No quiero darle la espalda. Quiero quedarme contigo y moverme en medio tuyo. Pero para que eso ocurra, tienes que arrepentirte. Debes volver a tu primer amor.”
Luego el Señor añade, “No fíes en palabras de mentira, diciendo: ¡Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este!” (7:4). Dios había oído a la gente gritar, “El Señor no puede destruir este templo. Es su casa eterna. Es nuestra historia, nuestra tradición atrincherada. Mira a todos estos edificios majestuosos. Ellos están en pie como un testimonio de Dios al mundo impío. El nunca abandonara lo que ha establecido aquí.”
Pero el Señor respondió, “¿Qué acerca de sus contaminaciones? ¿Qué acerca de su rampante adulterio? Ustedes juran falsamente. Ustedes se inclinan a ídolos. Y han vuelto mi casa en una cueva de ladrones. Envié profetas para advertirles, pero ustedes no escucharon. Yo les hable, pero ustedes no oyeron. Los llame, pero no respondieron.”
Ahora Dios les instruyo, “Id ahora a mi lugar en Silo, donde hice habitar mi nombre al principio, y ved lo que le hice por la maldad de mi pueblo Israel.” (7:12). Él estaba urgiendo, “Vengan, todos ustedes pastores, pastores y sacerdotes. Saquen sus Biblias, y vean por ustedes mismos como yo obro. Miren atrás a mi casa en Silo. Yo establecí aquella iglesia y puse mi nombre sobre ella. Pero la gente rechazó a mis profetas. Y a cambio, confiaron en sus propios caminos. Así que yo echaré fuera por completo lo antiguo.
“Ahora voy a hacerlo una vez más. Tú eres como Silo. Tú has permitido pecado y corrupción en mi casa. Te has vuelto tan degenerado en tus caminos, que ya no me representas. Mira en derredor: ¿quién está parado en la brecha? ¿Quién está clamando con un corazón arrepentido? Veo apatía y compromiso. Mi palabra claramente advierte que yo levante mi presencia de Silo. Y ahora me voy a alejar de ti. Estoy a punto de quitar mi gloria de en medio de ti.”
“Haré también a esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y a este lugar di a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo. Os echaré de mi presencia, como eché a todos vuestros hermanos, a toda la generación de Efraín.” (7:14:15). Una vez más, Dios estaba diciendo: “La antigua obra está acabada, terminada. Tú ya no me representas. Yo ahora tendré un pueblo que me represente al mundo como yo verdaderamente soy. Yo tengo una cosa completamente nueva en mente.”
El Señor terminó con esta declaración: “Tu, pues, no ores por este pueblo; ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque no te oiré.” (7:16). Él estaba diciendo: “No te molestes en orar por esta antigua obra. Está muerta y desaparecida, más allá de toda esperanza de revivir.”
Cristo vino al templo con una invitación y una advertencia.
Jesús se puso en pie en el último templo e invito a todos a venir bajo sus misericordiosas alas de protección. Él llamó al ciego, al enfermo, al leproso, al pobre, al perdido, a todos a venir y encontrar sanidad y perdón. Pero la multitud religiosa rechazó su oferta. Así que Cristo testifico de ellos, “¡…No quisiste!” (Mateo 23:37). Mientras leo esto, surge una pregunta: Aquí en el Nuevo Testamento, ¿Echara Dios una obra antigua de la misma manera que él hizo en el Antiguo? ¿Dios abandonaría la antigua obra y levantaría una nueva? ¿Echara fuera aquello que rechazo su oferta de gracia, misericordia, despertamiento?
Si, él lo haría. Jesús respondió a aquellos que lo rechazaron diciendo: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (23:38). Él les dijo: “Este templo es ahora vuestra casa, no la mía. La estoy dejando. Y yo dejo lo que ustedes han gastado y desertado.”
Luego él añadió: “Os digo que desde ahora no volveréis a verme, hasta que digáis: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’” (23:39). Él les estaba declarando: “Mi gloria ya no está en esta antigua obra. Yo ahora la he rechazado. Y lo que resta de su vida religiosa será conducida sin la presencia de Dios. Yo también entrego esta antigua obra a la carne. Tus pastores no serán hombres espirituales, sino ministros de la carne.”
Los discípulos no podían creer las palabras de Jesús. Ellos le urgieron, “Maestro, mira la magnificencia del templo, las asombrosas estructuras. Considera su historia, los siglos de tradición. No es posible que esto quede en ruinas. ¿Estás diciendo que todo terminó?” Jesús respondió, “Si, todo terminó. Esta antigua obra ha terminado. Está muerta y desaparecida a mis ojos. Ahora, voy a hacer una nueva obra.”
Piensa esto: aquí estuvo en pie la misericordia y gracia Encarnada, diciendo: “Esta cosa antigua ya no es mía. Ahora, la dejo totalmente desolada. No tiene ninguna posibilidad de ser revivida.” Entonces Jesús siguió adelante hasta Pentecostés, al principio de una nueva obra. Él estaba a punto de levantar una nueva iglesia, no una réplica de la antigua. Y él la haría completamente nueva desde la fundación misma. Esta sería una iglesia de sacerdotes y gente nueva, todos nacidos de nuevo en él.
Mientras tanto, la antigua obra pasaría lentamente. Las multitudes todavía vendrían al templo a observar sus rituales muertos. Los pastores aun robarían a los pobres, los adúlteros pecarían a voluntad, la gente se deslizaría a la idolatría. Cada día, la antigua obra se volvería cada vez más seca y débil. ¿Por qué preguntarías? La presencia de Dios ya no estaba allí. Esto nos trae a la iglesia del día presente.
Permíteme preguntarte: ¿Es lo que ves pasando en la iglesia hoy representativo de quien es Jesús? Considera todas las denominaciones y movimientos, todo lo asociado con el nombre de Cristo. ¿Es verdaderamente lo que estamos viendo la iglesia triunfante, la novia sin mancha de Cristo? ¿Revela está a un mundo perdido la mismísima naturaleza de Dios? ¿Es esto lo mejor que el Espíritu de Dios puede producir en estos últimos días?
O, ¿Se ha convertido la iglesia moderna visible en la obra antigua? ¿Se ha vuelto corrupta balanceándose en el mismísimo borde de ser reemplazada por alguna nueva obra? En resumen, ¿hará Dios un cambio por última vez antes que Jesús regrese? ¿Abandonará él lo que se ha vuelto corrupto, y levantara, una iglesia gloriosa final?
Sí, yo creo que él lo hará. Isaías nos dice, " He aquí, ya se cumplieron las cosas primeras y yo anuncio cosas nuevas; antes que salgan a luz, yo os las haré saber.” (Isaías 42:9).
La iglesia de hoy comenzó con una gloria que ninguna generación ha visto.
La iglesia que conocemos hoy comenzó con arrepentimiento. Cuando Pedro predicó la Cruz en Pentecostés, miles vinieron a Cristo. Esta nueva iglesia estaba formada de un cuerpo, consistiendo de todas las razas, llena de amor los unos por los otros. Su vida corporal estaba marcada por evangelismo, un espíritu de sacrificio, aun el martirio.
Este hermoso principio refleja las palabras de Dios en Jeremías: “Te plante vid escogida, simiente verdadera toda ella” (Jeremías 2:21). Sin embargo, las siguientes palabras del Señor describen lo que ocurre a tales obras: “¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?” (2:21). Dios estaba diciendo, “Yo te plante bien. Tú fuiste mía, llevando mi nombre y naturaleza. Pero ahora te has degenerado.”
¿Qué causo esta degeneración en la iglesia? Esto siempre ha sido, y seguirá siendo, la idolatría. Dios estaba hablando de idolatría cuando le dice a Jeremías, “Mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que no aprovecha.”(2:11). La idolatría desoló Silo, desoló el templo, y ha ensuciado la iglesia hoy. Siempre es la causa raíz detrás de que Dios deje la antigua obra y comience una nueva.