EL HOGAR NO TIENE PRECIO

Sin duda alguna, la familia es la columna vertebral de la sociedad.
Cómo va el hogar, va la sociedad y por ende la nación.

Es triste pensar que algunas familias no disfrutan plenamente las bendiciones del hogar. Conozco personas que manifiestan abiertamente que nunca tuvieron un hogar. Y no es que no tienen una familia. Más bien es que al pensar en ella sus recuerdos no son nada gratos.
Tuvieron una casa, pero no un hogar. Y es que existen algunas diferencias entre la casa y el hogar.

La casa es el lugar donde habitamos. La componen las paredes, puertas, ventanas y todos los utensilios que en ella hay.
Pero el hogar está formado por las personas y sus relaciones. El calor de un abrazo, el sentir de un beso. Una bienvenida, una caricia. El hogar es la sonrisa de los hijos, la ternura de la madre o la bendición del padre.

La casa se construye en un determinado tiempo, con madera o ladrillo. El hogar se edifica día a día con aquellos trocitos de ternura, de perdón. La casa es un “eso”, el hogar es un “nosotros”. La casa es fría y sin vida, el hogar es cálido y esperanzador.
Ni en la casa ni el hogar debe haber lugar para el abuso y las humillaciones. El hogar no admite el maltrato, ni ningún tipo de violencia, sea física, verbal o psicológica.

En la casa encontramos abrigo y protección para el cuerpo.
El hogar protege el alma y el espíritu, y por tanto también el cuerpo.
La casa se relaciona con lo temporal, el hogar con lo eterno. La casa se puede comprar; el hogar no tiene precio.
Sin importar el rol que desempeñemos en estos momentos, ser hijo o hija, padre o madre, esposo o esposa; lo ideal es esforzarse en aras de tener un mejor hogar.